Martín Cosmelli encontró en el fuego no solo un método de cocción, sino un vehículo para conectar personas, sabores y territorios. Desde su infancia, entre ollas y banquetes familiares, hasta liderar proyectos gastronómicos con identidad propia, su camino ha estado marcado por la pasión, la autenticidad y una fuerte vocación emprendedora.
Creció en una familia numerosa, donde cocinar era un acto de encuentro. Su madre y su abuela eran banqueteras, y desde pequeño entendió que la cocina era mucho más que preparar platos: era una forma de vincularse, de celebrar, de vivir. A los diez años ya trabajaba en eventos familiares, primero como garzón, luego a cargo del cordero, y finalmente dominando la parrilla. Esa experiencia temprana marcó su estilo: directo, práctico y sin pretensiones.
El paso de lo familiar a lo profesional fue natural. A los 17 ya ofrecía servicios de catering con un amigo, y durante la universidad mantuvo vivo ese oficio los fines de semana. A los 26 dio un salto importante: se asoció con su madre para tomar el control del restaurante en Viña Concha y Toro, donde pudo unir por primera vez el oficio con una mirada estratégica. Ahí comenzó a profesionalizar su vocación.
Fuegos Clandestinos: territorio y experiencia
Fue en esa etapa donde nació Fuegos Clandestinos, un proyecto itinerante que recorrió ciudades como Valparaíso, Santiago, Rancagua y Aysén, cocinando al aire libre con ingredientes locales, sin carta fija y con una sola consigna: rescatar el valor de los productores y el sabor del fuego. Cada evento fue una experiencia única, pensada para reunir en torno a una gran mesa a personas desconocidas que terminaban compartiendo mucho más que un plato.
Este proyecto fue clave para consolidar su sello: cocinar desde lo real, conectar con el territorio y valorar la cadena completa, desde el origen hasta el comensal. Fue también una forma de volver a sus raíces con una mirada contemporánea, más libre, más emocional.
Beasty Butchers: emprendimiento en tiempos difíciles
El mayor giro, sin embargo, llegó con la pandemia. Sin posibilidad de realizar eventos ni abrir restaurantes, Martín se enfrentó a una de las decisiones más difíciles de su carrera: reinventarse o detenerse. Optó por lo primero, y así nació Beasty Butchers.
“Empezamos vendiendo hamburguesas y sándwiches para cocinar en casa. Era una solución de emergencia, pero con identidad”, recuerda. La clave fue mantener la calidad: usar siempre carne nacional, de pequeños productores, y ofrecer un producto fácil de preparar, pero sabroso y auténtico. En un momento en que todos estábamos encerrados, Beasty logró llevar el sabor del fuego y la parrilla al hogar.
Lo que partió como un delivery de supervivencia, pronto creció en propuesta, logística y comunidad. Hoy, Beasty Butchers no solo es una marca con vida propia, sino también un ejemplo de cómo emprender desde lo simple, con foco en lo esencial: un buen producto, un mensaje claro y una experiencia que conecte.
Emprender en gastronomía
Martín no romantiza el camino del emprendedor. Reconoce los errores cometidos: intentar hacerlo todo solo, no poner suficiente atención a los procesos internos, y enamorarse de ideas que no siempre funcionan. Pero cada caída fue una lección. “Aprendí que uno no puede hacerlo todo. Hay que confiar, delegar y construir equipos sólidos, si no, te transformas en el cuello de botella de tu propio proyecto”, dice con convicción.
En un rubro donde la creatividad muchas veces se confunde con extravagancia, él tiene claro su criterio: “Una idea sirve solo si es sabrosa, rentable y replicable. La creatividad debe estar al servicio del sabor, del concepto y del negocio. Si no cumple esas tres cosas, no entra en la carta”.
Otro de sus grandes aprendizajes ha sido la gestión. Aunque muchos emprendedores se obsesionan con sistemas y estructuras desde el inicio, Martín defiende una lógica inversa: “Primero se vende, y desde ahí se construye la gestión. No necesitas un software carísimo ni 50 planillas. Necesitas una propuesta clara y que funcione”.
Colaboración y comunidad
Más allá del éxito de sus proyectos, Martín destaca el cambio de mentalidad que empieza a emerger en la escena gastronómica chilena. “Antes había más competencia y recelo. Hoy veo más colaboración, más ganas de compartir y aprender entre pares. Y eso eleva el nivel de todos”, afirma.
Para él, el verdadero valor de la gastronomía está en su capacidad de conectar: con el territorio, con las personas, con la memoria. Por eso sigue apostando por proyectos que tengan alma, que se sostengan en lo simple, y que puedan crecer sin perder su esencia.
En cada fuego que enciende, Martín no solo cocina. También emprende, transmite, y nos recuerda que comer —bien— es una de las formas más profundas de estar vivos.
Por: Vicente Lefevre, coordinador de la Comunidad #SoyEtM.